lunes, 26 de enero de 2009

Soy hombre del rock, I

Basta! Desde que publiqué aquella fotografía junto a Nelson (ex Operación Triunfo) todos creen que Mirandicé mi vida y pasé a ser un pro-pop. Están todos equivocados: Nelson quiso la foto y se la concedí, pero sigo siendo el mismo rockero. Al final me pasó lo mismo que Ricardo Iorio, que lo difamaron, cuando le pidió una autógrafo a la ex Bandana, Virginia, para sus hijos.


No creo que haga falta recordar que decidí pelarme, en la década del `80, con el Indio Solari. Todo sucedió al perder una apuesta, en la que Claudio Dykstra convirtió el primer gol en la primera de Boca (frente a Atlanta en un 5-0). Aquella formación de Boca sale de memoria: Balerio; Pasucci, Fornés, Mouzo y Bordet; Sisca, Krasouski y Dykstra; Giacchello, Abdeneve y Stocco. Cuanta magia tenía Marito Zanabria, que en el segundo tiempo metió a Di Natale y Alberto para que la alegría fuera completa. ¿Quién podría negar una goleada de Boca ante el equipo donde sólo se lucía el Murcielago Graciani? Cuando Claudio metió el quinto me colgué del alambrado de la visitante de Independiente hasta quedar disfónico. Faltó un gol para ganar la apuesta. Estuve cerca. Cumplí mi parte y rapé mi larga cabellera. El Indio me siguió porque nunca creyó que aquel equipo podía, tan solo, hacer un gol. El palo de él fue siempre el arte y la música: no el fobal.
Por aquella época nos empachábamos comiendo esos horribles buñuelos de ricota y, en los círculos rockeros nocturnos -donde la monada pide más-, nos comenzaron a llamar los gemelos Odorono. Pero ese nombre deviene de aquel mítico recital de Patricio Rey con Sumo en el polideportivo de Gimnasia La Plata. Luca, Carlos y yo éramos los trillizos desodorantes a bolilla.
Las mujeres enloquecían cuando me veían en el ex Periscopio, teatros y otros festivales donde se presentaba Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Llevaba una vida bastante promiscua: recuerdo que, en aquella juventud violenta, consumía muchas horas con diferentes señoritas en los camarines de los recitales. A ciencia cierta, no se si tenían fantasías con los pelados o qué. Creo que utilizaban mi cuerpo y fama para hacerse conocidas y tener notoriedad. Sin embargo, todas me deseaban.
Resultó conflictivo estar pelado: el Mascardi entró en vacaciones por la promesa. Pero no duró toda una vida y volvió a peinar esos largos rulos rebeldes. Lo que nunca cambió es mi espíritu rockero: arte rebelde y contestatario, pero con mucho glamour.

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